La nada es un puzle en blanco, un dibujo de polvo y bostezos que comienza en un sofá y acaba con un golpe de aburrimiento, tan pegajoso como el calor en verano. Es ese momento en que los espacios son siempre los mismos, los juegos siempre tienen las mismas reglas, los colores se desdibujan y los mapas se quedan mudos. Falta la inspiración, falta el aire y falta glucosa en los músculos, que se aletargan. Es entonces cuando hay que atacar el puzle pieza a pieza, hay que desmontarlo, hay que conseguir que vuelvan a quedar espacios vacíos, para recuperar el color del tablero que queda debajo. Forzar la rutina hasta romperla, arrancarle un quejido, invocar una presencia que hasta entonces solamente se dejaba intuir.
Aparecen así una jungla en el pasillo, un volcán en la cocina y un estremecimiento en la espalda. Aparece el Titanic en la bañera. Aparecen los espacios que no existen y las fronteras que debemos saltarnos. La inspiración se hace notar con un leve carraspeo. Descubrimos que hasta entonces habíamos estado jugando al escondite con nosotros mismos. Que éramos esa presencia que se adivinaba entre la nada, entre el polvo, los bostezos y un libro de instrucciones que, por fin, ya podemos desobedecer.
Texto: El faro del impostor